Los caballos salvajes del desierto de Namibia, al borde de la desaparición. Pues a mi juicio habría que cazar hienas para equilibrar el ecosistema. Saludos

Johannesburgo, 9 mar (EFE).- Abandonados hace un siglo a su suerte bajo el sol, los caballos salvajes del desierto de Namibia protagonizan una historia de supervivencia que fascina desde hace décadas a locales y turistas. Su extinción, sin embargo, podría estar cerca: hienas y sequías los han reducido a solo 74 ejemplares. Históricamente, nunca han sido muy numerosos, pero su población se mantenía siempre por encima del centenar. De hecho, hace solo cuatro años había cerca de 300 caballos, según los cálculos de Namibia Wild Horses, una fundación sin ánimo de lucro que trabaja en su preservación.

Origen: Los caballos salvajes del desierto de Namibia, al borde de la desaparición

Copia del Diccionario teórico-ideológico, de M.Sabbatini, G. Di Siena, F.Rossi-Landi, A. Melis, A Illuminati. Rivista Ideologie, 1970. Traducción, Beatriz Sarlo. Editorial Galerna, Buenos Aires, 1º. edición, agosto 1975

Aquí voy a copiar la voz semiótica.

SEMIÓTICA

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La semiótica se ocupa de los signos, o mejor dicho de sus sistemas: es su ciencia o doctrina general. Dos signos interconectados constituyen ya un sistema de signos -el sistema mínimo- y, generalmente los signos pertenecen a sistemas no poco complicados. Es difícil concebir el caso de un signo aislado. Puede sostenerse que un signo aislado no sería ni siquiera un signo en la medida en que estaría ausente la red de relaciones necesarias para identificarlo. Probablemente la noción de signo aislado sólo puede ser construída por el pensamiento, haciendo abstracción de los otros signos, por ejemplo en el caso en que se quiera identificar la situación de un organismo en los orígenes de la evolución, o cuando se introduce artificiosamente (para un fin didáctico) la situación sígnica en un campo considerado como a-sígnico. Pero incluso en tal caso la presencia del signo remite a su ausencia; y también a la ausencia de tal signo, es decir a su ausencia determinada, adquirida por oposición a un valor sígnico.

Como puede verse si se consulta un buen vocabulario de la lengua italiana o de cualquier otra lengua, «signo» quiere decir muchas cosas diferentes: por ello, si queremos hablar de signos en general, debemos reconocer la existencia de signos de diferentes tipos. Ya en un nivel intuitivo se distingue entre signos naturales y artificiales, simples y complejos, humanos y no humanos, biológicos y sociales, espontáneos e intencionales, vocales y gráficos (de los que los hablados y escritos constituyen una subclase), verbales y no verbales, etc. . El humo, signo del fuego, es natural; un cartel caminero, artificial; un monema (esto es la palabra reducida a su parte significante) es un signo simple; una obra de arte, un signo complejo; una carta y un par de zapatos son signos humanos, el ladrido de un perro es no humano; la fiebre y un furúnculo son signos biológicos, cualquier artefacto es un signo social; un tic o el rubor son signos espontáneos, guiñar un ojo es generalmente intencional; esta página está cubierta de signos gráficos, pero si la leo en voz alta emito signos vocales. Cada signo es descripto no sólo por una categoría disyuntiva, sino por varias: por ejemplo, un cartel caminero es generalmente un signo artificial, simple, humano, social, intencional, gráfico, no verbal. Existen además signos especiales y complejos, como los síntomas, los indicios, las huellas, las señales, los símbolos, los sellos, los emblemas, etcétera.

En función del uso de una lengua, del habla común, se pueden diferenciar otros signos que preceden, acompañan o siguen a su uso: son los signos «prelingüísticos», «paralingüísticos» o «translingüísticos», y «postlingüísticos». Un signo prelingüístico precede al uso de la lengua en el sentido en que lo presupone o se refiere a él: decir que el humo es signo de fuego supone el uso de signos lingüísticos referidos a un signo paralingüístico. Ahuecar la voz o arrugar el ceño mientras se pronuncia una frase supone el uso simultáneo de signos lingüísticos y paralingüísticos. Cuando se investigan las estructuras emergentes de un texto literario, el objeto de estudio es un sistema de signos postlingüísticos, que existen sólo en tantos signos segundos respecto de los signos lingüísticos, cuya compaginación constituye el texto mismo. El término «semiología» se utiliza para indicar el estudio de los signos paralingüísticos o translingüísticos y de los signos postlingüísticos, fundamentales para la crítica artística y literaria. Los especialistas de tales sistemas de signos, , a menudo tienen la tendencia a encerrar en sus términos toda la ciencia semiótica: de allí el uso de «semiología» como sinónimo de «semiótica», contra el que hay que poner en guardia al lector. Es un uso de origen sobre todo francés; pero «semiótica» fue siempre el término más difundido, no sólo en la tradición filosófica europea sino también entre los estudiosos norteamericanos y soviéticos. La cuestión está ya definida a partir de la fundación de la «Asociación Internacional de Semiótica» y de su órgano trimestral, la revista Semiótica. Es conveniente insistir sobre el carácter idealista, trascendental, de la prioridad que por ejemplo Barthes confiere, a veces abiertamente, al lenguaje verbal y por ende al carácter separatista y privilegiado de la disciplina que lo estudia. Sin embargo, no es necesario negar la validez de una semiología por tal rasgo: para liberarse de él es necesario diferenciarla bien de la semiótica como ciencia (doctrina o teoría) general de cualquier tipo de signos, -empezando por los signos que los niños usan como in-fanti, es decir antes de empezar a hablar. Una semiología como parte de la lingüística, que a su vez es solamente una parte de la semiótica, ocupará un área relativamente restringida pero plenamente legítima de la totalidad de la ciencia de los signos. Incurrimos en una falacia separatista, una forma de «glotocentrismo», cuando pretendemos que tal área ocupe el lugar de la totalidad a la que pertenece.

Se han intentado ya varias clasificaciones de las modalidades sígnicas, en general en términos de los canales comunicativos utilizados. La distinción principal es siempre aquella entre modalidades lingüísticas y modalidades que no pertenezcan a la lengua en tanto tal. Las primeras son verbales o por lo menos vocales: tienen que ver con el léxico, el acento, los tonos de voz y los rasgos suprasegmentales, las modificaciones locales y los sonidos o ruidos no lingüísticos (este último  es el campo de la «paralingüística» propiamente dicha de Trager). Las modalidades no lingüísticas en sentido amplio constituyen un conjunto enormemente más vasto. La misma denominación es insuficiente o vale sólo como primerísima aproximación que señala la ausencia de lenguaje verbal. En efecto, no lingüísticos son los comportamientos significantes, o los códigos constituidos por objetos producidos por los hombres, o los códigos que de un modo u otro existen en la naturaleza. Ahora bien, está claro que para que un signo sea tal debe existir, en todos los casos, una interpretación consciente o inconsciente; y tal interpretación puede ser caracterizada, si bien no siempre en sentido propio y no siempre como comportamiento, en los términos de modificaciones que suceden en el intérprete. Pero además queda claro que entre el significado de un comportamiento y la interpretación del significado de un objeto existe un conjunto de diferencias importantes que no excluyen, pero sin duda tornan más problemática, la indagación del carácter sígnico en todos los demás casos de comunicación no lingüística. Hechas las anteriores advertencias, se pueden distinguir formas comunicativas kinésicas posturales (expresiones faciales y de otro tipo, actitudes y posiciones, movimientos realizados, etcétera), táctiles, odoríficas, territoriales, prosémicas (que tienen que ver con el uso del espacio por parte del hombre y el significado de las relaciones espaciales entendidas como elaboraciones específicas de cada cultura). Existen también formas comunicativas mediante artefactos, es decir fundada sobre los objetos que el hombre produce y adopta (vestido, cosmética, decoración, útiles y máquinas, construcciones; entran en esta categoría, que sin embargo no las agota, las artes figurativas); institucionales (sistemas jurídicos, mercado económico, organizaciones sociales de todo tipo); y, finalmente, naturales (sistemas sígnicos inscriptos en la naturaleza e interpretados a partir de ella por el hombre, como el código genético, o el sistema sígnico del mar descifrado por los marinos). Sólo algunos de los sistemas mencionados han sido objeto de verdadera investigación; su clasificación orgánica no puede preceder a las investigaciones concretas, aunque bien puede anticipar algunas direcciones principales. El hecho es que existen arduos problemas de método que deben ser resueltos, y nuevas categorías e instrumentos intelectuales que deben ser construidos. Es un campo inmenso y fascinante que se abre frente a los investigadores de los próximos decenios y que compromete a fondo nuestras responsabilidades humanas.

Frente a la variedad de sistemas de signos, sólo esquemáticamente aludida aquí, el primer deber de una semiótica general es trabajar en la construcción de un modelo del signo que sea suficientemente general para que se lo pueda aplicar a los sistemas sígnicos más diferentes. Si no bastara un modelo, será necesario construir varios conectados entre sí. El modelo o los modelos deben tener en cuenta los resultados de los que estudian los signos en el ámbito de las disciplinas más alejadas; precisamente aquí aparece el carácter interdisciplinario de la investigación semiótica. Al mismo tiempo, los modelos no pueden plegarse a exigencias demasiado especializadas, adaptándose a las necesidades de un grupo de investigadores pero desatendiendo las de otros.

El procedimiento de la abstracción determinada debería indicarnos el camino justo. Todo modelo sería construido, por medio de la abstracción, no ya mediante la recolección de propiedades comunes sino mediante el descarte de rasgos secundarios. Es un procedimiento abstracto porque apunta a registrar solo las condiciones mínimas necesarias a la subsistencia de la situación sígnica; pero es global en el sentido en que ninguna de estas condiciones puede ser omitida. Expondremos brevemente los tres modelos generales más importantes.

El modelo de fondo de los lingüistas proviene en lo fundamental de Saussure, parte del signo en cuanto tal y se desarrolla a través de esquemas que tienen que ver con las relaciones entre los signos. Aquí aludiremos solamente a su fundamento dialéctico. Todo signo es la uniónsíntesis de (por lo menos) un significante y (por lo menos) en significado. En francés, significantsignifié; con una terminología alternativa quizás más neutral, signanssignatum). No existen significantes sin significados; se puede hablar de ellos por separado sólo después de haber aceptado como punto de partida su presencia conjunta, es decir, precisamente, el signo. En otras palabras, dos «cosas» pueden «andar juntas» de un cierto modo, entrar en una relación dada: esto es precisamente lo que constituye la totalidad «signo». La formación de tal totalidad ha sido diversamente descripta como un «estar por», «representar», «distinguir de (todo) el resto, cuando se puso el acento sobre el significado; y por fórmulas como «darse-cuenta-por-medio-de» cuando se puso el acento sobre el intérprete (el significado de Saussure entendido como idea o concepto entra entero en tercer grado). Cuando se forma la totalidad-signo, las dos cosas que la conforman asumen la función de ser una, un significante, y la otra, un significado; y como tal asunción es posible sólo en cuanto son una el significante de la otra, y a la inversa la otra el significado de la primera, tiene escaso sentido hablar por separado de significantes y significados. La dialéctica de la formación del signo es, sin embargo, bastante más compleja de lo que aparece en su tratamiento en los términos de significante y significado. Lo veremos a través de la exposición de otros modelos.

El modelo de la teoría de la información fue expuesto originalmente por Shannon y Weaver en 1949. Se parte no ya del signo sino del mensaje, es decir, de un sistema de significados (incluso en el caso más simple, que es el de una unidad informativa) susceptible de ser efectivamente transmitido, en cuyo caso se prefiere llamarlo señal. Una señal , es decir un mensaje transmitido, implica un emisor y un receptor, un código común a ambos, canales que la señal recorre para llegar a un destino. Construir un mensaje sobre la base del código significa codificarlo; interpretarlo sobre la base del mismo código significa decodificarlo. Se denomina redundancia de un mensaje a su parte no necesaria (la que se debe a las reglas estadísticas que gobiernan el sistema sígnico, es decir el código utilizado). El ruido en un mensaje consiste en las perturbaciones o interferencias irregulares que provienen del exterior y pueden disminuir la codificación y la circulación del mensaje-señal, dificultando o falseando su recepción; cuando tales interferencias son regulares, se acostumbra a hablar de perturbaciones. El ruido o perturbación aumentan la información, esto es la incertidumbre del mensaje y por este camino la libertad de elección de quien lo interpreta; pero la aumentan de manera espuria: así es que, para alcanzar la información originaria del mensaje es necesario restar de toda la información recibida la información espuria, esto es procurar la identificación de la información auténtica, disminuyendo la incertidumbre (se renuncia así a varias elecciones interpretativas posibles). En el mensaje se distinguen dos rasgos diferentes: la cantidad de información que trasmite y su significado; en un nivel más complejo, se introduce luego la noción de cantidad de información significante.

Un tercer modelo es el de Charles S. Peirce, retomado y simplificado fecundamente por Charles Morris. Parte de la situación sígnica en general, es decir de la semiosis. Existe semiosis cuando «algo funciona como signo de algo otro para un algo tercero.» Trataremos de desarrollar esta fórmula asignando un sentido a cada uno de los «algo» que la componen. El significado del término fundamental, «signo», surgirá precisamente de la aclaración del contexto mínimo dentro del cual puede ser usado.

El primer «algo» es el vehículo, es decir un objeto que, usado de un cierto modo, se transforma en signo, adopta el carácter de signo; en el caso del lenguaje verbal se trata de por lo menos un sentido articulado (el signifiant de Saussure). El segundo «algo» es aquello a lo que el signo «se refiere», «aquello en lugar de lo cual está». Aquí es necesario evitar la confusión del referente en cuanto tal con la cosa que es objeto de éste. El referente de la palabra «agua» no es el agua que bebemos: el referente son relaciones, y las relaciones no se beben ni están constituidas por hidrógeno y oxígeno. Por otra parte, si el agua no existiera, la palabra «agua» no tendría referente; pero esta afirmación es insuficiente, porque incluso cosas que, en algún sentido «no existen» tienen un referente. Como se intuye a partir de este diseño elemental, se trata de relaciones plurales, extremadamente complejas. No han sido aún esclarecidas del todo pese a la literatura que existe sobre ellas, elaborada por filósofos y lingüistas que, muchas veces, se ignoran entre sí. El tercer «algo» es el intérprete, es decir quien disfruta del signo, ya en la posición de quien lo trasmite o en la de quien lo recibe, trátese de un hombre, un animal o una máquina. Charles S. Peirce, hasta ahora quizás el más grande investigador de los signos en general, dentro del intérprete colocaba el interpretante, que consiste en «darse cuenta de algo de manera inmediata». La mediación sobreviene precisamente por el signo; pero esto lo agregamos nosotros después, en tanto que el signo es explicado por la mediación y el darse cuenta, y no a la inversa. La noción de interpretante tiene un carácter dialéctico, pues adquiere su sentido únicamente en el ámbito de la semiosis; como tal ésta puede ocurrir por el concepto o por la idea, esto es con nociones a las que se tiende a atribuir un sentido, incluso fuera de la semiosis misma. El modo según el cual la interpretación está dentro «está dentro» del intérprete es metafórico sólo hasta que no se comience a estudiar a qué modificaciones en la estructura material del intérprete  se corresponde. Se incluyen en este punto tanto la parte constructiva de las investigaciones bien o mal agrupadas bajo el nombre de cibernética, como una reivindicación del carácter material de todos estos fenómenos.

Una caracterización materialdialéctica, que permita inaugurar un discurso unitario mediante el cual describir una totalidad. La totalidad es la semiosis. Ella está articulada en su estructura interna; se estudian las acciones recíprocas de las partes que la integran. Tales partes no pueden existir fuera de la totalidad sino en un nivel dialéctico inferior a aquel en el cual ella se conforma. recorramos ahora la estructura interna de la totalidad de la semiosis, suponiendo por el momento que esta o aquella parte esté aislada de las otras. Si tomamos un vehículo sígnico fuera de la semiosis lo degradamos a mero objeto físico: vemos entonces, en un cartel caminero, meramente un pedazo de madera barnizada o (pese a una dificultad más sutil) en una palabra, sólo una emisión vocal. Un intérprete sin el resto de la semiosis deja de ser un intérprete y pasa a ser considerado «sólo» como organismo (humano o animal) o como máquina. Liberada de la relación de semiosis, la «cosa» a la que el signo se refiere es también un mero objeto físico, pasible de diferentes descripciones no semióticas, esto es, extrañas a la dimensión sígnica general. En cuanto al interpretante, fuera de la semiosis tiende a adoptar el peligroso status ontológico del concepto tradicional, grávido de irresueltas dificultades filosóficas, punto de partida de toda mistificación.

Conviene insistir sobre la noción de totalidad. Las diferentes disciplinas que estudian signos tienden, a menudo, a concentrarse sobre aquella parte de la semiosis -y por ende a desarrollar sólo el área de la semiótica que le corresponde- que más se vincula con sus intereses particulares. Precisamente por ello corren siempre el riesgo  de desarrollar investigaciones sólo especializadas, delicias académicas siempre desprovistas de interés humano, privilegios burgueses que pretenden trasmitirse superestructuralmente, como si en la base no existiese una trasmisión estructural estructural de la división en clases (no es casual que, en perfecta homología con la regresión revisionista de su política, en los últimos años los investigadores soviéticos hayan absorbido y desarrollado varias ramas de la semiótica separatista). Una semiótica rectamente entendida pretende, en cambio, formar parte de una ciencia global del hombre y de sus relaciones con el resto del mundo. Su importancia decisiva para la desmistificación ideológica y para la teoría de la acción política reside en el hecho de que todas las operaciones de la práctica social, en su misma esencia, son operaciones sígnicas. Como tales, lejos de desarrollarse en el vacío y aisladamente, pertenecen a sistemas sígnicos, que precisamente la ciencia de la realidad social y que así la constituyen desde su aparición. Esto no quiere decir que la realidad social, fundada como lo está sobre necesidad, trabajo y explotación, se agote en los sistemas sígnicos; pero quiere decir que, sin tales sistemas, los contenidos de la realidad no serían sociales. El conocimiento de los sistemas sígnicos, que precisamente la ciencia de la semiótica reúne bajo tal denominación, es por tanto necesario para operar sobre la realidad, especialmente en una situación de altísimo nivel de elaboración sígnica reaccionaria, como la de la sociedad neocapitalista occidental.

 

 

 

¿Cuál es la pauta que conecta?

En esta entrada nos aproximaremos rápidamente a tres sistemas  enormemente complejos: su estructura es de «ordenamientos de anillos o circuitos conservadores.»

El primero de ellos es el individuo humano. Su fisiología y su neurología conservan la temperatura la temperatura del cuerpo, la composición química de la sangre, la longitud, el tamaño y la forma de los órganos durante el crecimiento y la embriología, así como todas las demás características corporales. Es éste un sistema que conserva enunciados descriptivos acerca del ser humano, del cuerpo o del alma. Pues lo mismo puede decirse de la psicología del individuo, en la que el aprendizaje se efectúa para conservar las opiniones y los componentes del status quo.

En segundo lugar, nos ocuparemos de la sociedad en que vive ese individuo y la cultura que forma su personalidad.Y «esa sociedad con esa cultura» es, también, un sistema complejo.

Y en tercer lugar, nos ocuparemos del ecosistema, del ambiente biológico natural en que viven estos animales,  humanos o no humanos. Como dice Gregory Bateson:

«… sabemos que cuando hablamos de los fenómenos de la civilización, o evaluamos la conducta humana, la organización humana o cualquier sistema biológico, estamos hablando de sistemas que se corrigen a sí mismos.. Fundamentalmente, estos sistemas son siempre conservadores de algo. Al igual que en el caso de la máquina que tiene un regulador, el suministro de combustible se modifica para conservar (para mantener constante) la velocidad del volante, de manera que, en tales sistemas, los cambios se producen para preservar la verdad de algún enunciado descriptivo, de algún componente del statu quo. Wallace entendió acertadamente la cuestión, pues la selección natural actúa primordialmente para mantener inmutable la especie; pero puede actuar, en niveles más elevados, para mantener constante esa variable compleja a la que llamamos «supervivencia».»

Conocemos entonces el campo  a recorrer y el punto de vista desde el cual vamos a recorrer esos paisajes, buscando las noticias que nos permitan relacionar la naturaleza y la cultura mediante «las redes de sentido» que dan significado a la existencia humana en comunidad.

 

Creo  que vale la pena seguir leyendo a Bateson, porque de verdad me parece conveniente «comenzar por los ecosistemas naturales que rodean que rodean al hombre. Un bosque de robles ingleses, o un bosque tropical, o un desierto son una comunidad de criaturas. En el bosque de robles tal vez haya mil especies, tal vez más; en el bosque tropical un número diez veces mayor de especies viven juntas.

He de decir que pocos de vosotros habréis visto jamás un sistema de  éstos intacto; no quedan muchos; el hombre ha metido en ellos el desorden, ha exterminado una especie o ha introducido otras que se han convertido en yerbajos y plagas, o ha cambiado el régimen de aguas, etc. Por supuesto, estamos destruyendo rápidamente todos los sistemas naturales del mundo, los sistemas naturales equilibrados. Simplemente los desequilibramos, pero siguen siendo naturales.

Sea como fuere, esas criaturas y esas plantas viven juntas, en una combinación de competencia y dependencia mutuas, y es esa combinación lo que importa considerar. Toda especie posee una capacidad malthusiana primaria. Cualquier especie que no produzca, potencialmente, un número de vástagos mayor que el de la población paterna está condenada. Es absolutamente necesario, para cada especie, y para cada uno de tales sistemas, que sus componentes posean un potencial positivo, respecto a la curva de población. Pero si cada especie posee un potencial positivo, entonces es todo un problema alcanzar el equilibrio. Entran en juego toda suerte de equilibrios y dependencias interactivas y son estos fenómenos los que poseen esta suerte de estructura en circuito que he mencionado. Encuentro importante retener estos concepto de «estructura en circuito» y «capacidad malthusiana primaria»   para ahondar en la curva malthusiana.

Atento el oído y ojo atento: «La curva malthusiana es exponencial. Es la curva del aumento de la población y no es impropio llamar a esto explosión de la población. Podrá uno lamentarse de que los organismos posean esta característica explosiva, pero más vale conformarse. Las criaturas que no lo hacen están condenadas.

Por otra parte, en un sistema ecológico equilibrado cuyos puntales son de este carácter, es evidente que todo andar metiendo mano al sistema probablemente habrá de trastornar el equilibrio. Entonces, comenzarán a aparecer las curvas exponenciales. Unas plantas se convertirán en malas yerbas, unas criaturas serán exterminadas y probablemente se vendrá abajo el sistema en su calidad de sistema equilibrado. »

Pasando a ocuparse de la sociedad y la cultura escribe: «Lo que es válido respecto de las especies que viven juntas en un bosque es también válido respecto de los agrupamientos y variedades de personas de una sociedad, que mantienen también, de manera semejante, un difícil  equilibrio de dependencia y competencia. Y lo mismo es válido respecto de lo que ocurre en el interior de uno mismo, donde existe una difícil competencia y dependencia mutuas fisiológicas entre los órganos , los tejidos, las células, etc. Sin esta competencia y dependencia no existiría uno porque no se puede prescindir de ninguno de los órganos ni de ninguna de las partes que compiten. Y si alguna de estas partes careciese de las características expansivas se extinguiría. De manera que, inclusive en el cuerpo, se corre un riesgo. Si el sistema sufre una perturbación inconveniente, aparecen las curvas exponenciales.»

Pero bueno, y qué  es entonces un cambio: «Creo que tenemos que suponer que todo cambio fisiológico o social importante es, hasta cierto punto, un «desliz» del sistema en algún punto de una curva exponencial. Este desliz no puede llegar a mucho, pues se convertiría en un desastre, pero en principio si, digamos, se mata a todos los tordos de un bosque, algunos componentes del equilibrio se desplazarán a lo largo de curvas exponenciales hasta llegar a un nuevo lugar en el que se detendrán.»

Espero ser capaz de pescar y mostrar aquellas noticias, imágenes, videos que conecten estos sistemas. Lo cual me da una pregunta muy importante: ¿Cuál es la pauta que conecta?